Fue
en el año 1936 cuando media España se enfrentó a la otra media; dos bandos
irreconciliables, antagónicos en sus planteamientos. Por un lado estaba la
derecha política, los requetés, los falangistas, y el ejército; defendían la
religión católica y la unidad de España. Por otro lado estaban los socialistas,
los comunistas, anarquistas, nacionalistas, y las diversas facciones
republicanas. Y ganaron los primeros, quien ya desde poco antes de iniciarse la
contienda agruparon a sus contrarios bajo una misma denominación: rojos.
Eran
rojos, porque sus banderas eran rojas; eran rojos porque sus camisas no eran
azules ni caquis; eran rojos porque ese era el color de la izquierda, y porque
les respaldaba la URSS.
Una
vez muerto el general Franco, España vivió un proceso de transición política
que pasó por la aprobación de una Ley de Reforma Política, por la legalización
de todos los partidos políticos, por la celebración de unas elecciones
generales, y finalmente por la aprobación en referéndum de una Constitución
Española. Todo este proceso sirvió para devolverle a la izquierda un
protagonismo y unas posibilidades que no gustaron a todos. Es por ello que se
alzaron algunas voces contra los rojos,
protestas estas que quedaron también no solo plasmadas con pintura en las
paredes, sino en pegatinas que decoraron chaquetas y farolas, carpetas y
papeleras.
La
consigna era “¡Rojos no!”, y también “¡Rojos a Moscú!”. De toda aquella etapa,
situada principalmente entre 1975 y 1985, nos quedan, a modo de recuerdo, estas
pegatinas. Tan solo la última de ellas es posterior, del año 2014, editada por
la asociación “Nueva Época” (Logroño), en la que se ve a un conocido exjugador de fútbol
italiano brazo en alto.